Me has dejado una cicatriz preciosa:
cada noche come lirios y rosas,
se enreda entre mis sueños y mis cosas
y sangra sin remedio quejarosa.
Se turba en la mañana con las nieblas,
está obstinada, muda y temblorosa,
taciturna, pálida, hasta rabiosa…
Y a tientas, ciega, busca tus tinieblas.
No sé qué hacer con ella ni conmigo…
A veces la castigo, otras me fustigo,
pero siempre al final me contradigo.
No sé qué hacer con ella ni contigo…
Ni con este dolor tan enemigo,
de todos mis delirios, el testigo.
María Eugenia Hernández Grande
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No hay cicatriz que no sangre, como no la hay sin picar, sin embargo al rascar hasta te vuelves a lastimar, aunque siempre las cicatrices muestran vida, nuestra, como única, claro que vulnera, claro que lacera…pero si hasta tuvieras ceguera, pasarías tus yemas sobre ella y sonreirías al saber, que de esta vida no te iras sin muchas de ellas, no creas que son vestigios de guerra…suelen ser vestigios de amores sin tregua…☺
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Yo siempre he sido de las que levantan las costras de las heridas 😉 sé que rascar mucho una herida, hundir en ella las manos, sólo produce dolor, pero a veces lo único que podemos hacer es tomar conciencia de ese dolor hasta las últimas consecuencias, porque, al fin y al cabo, es ese dolor lo único que nos indica que seguimos vivos. Gracias, como siempre, por tus bellas palabras. Un abrazo fuerte!!
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…me imaginaba…jajaja…
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