#305

Intento salvar el año como quien pretende revivir una flor mustia. Teniendo más posibilidades de acabar destruyéndola del todo, que de que vuelva a florecer luminaria. Este año feroz. Este año atroz. Como todo lo que empieza tan bien y, a los pocos días, fenece. No sé qué ha pasado, o puede que sí, lo único que sé es que ya es incontrolable. Es que ya no puedo hacer nada, nada más que intentar resistir estos meses que quedan. De este año incendiario. De este año carcelario. De las horas baldías. De las vidas no vividas. De las ilusiones decepcionadas y las pasiones ficticias. De los planes frustrados. De los sueños dormidos. Del amor caducado. De los polvos mal echados. De los juegos mal doblados. De las sombras crecientes. De los actos inertes y las palabras hirientes. Del frío viviente. De la angustia encallada. Del miedo dolido. Del cáncer nocivo. Este año de los ojos velados. De las decepciones encadenadas. De las cadenas desencantadas. De la libertad sometida. De las ofertas angostadas. De los engaños de todos. De los todos de nadie. De las lágrimas vivas. De las nieves sin bienes. De la rabia enclaustrada. Del sudario de enero. De las despedidas sentidas. De los sentimientos ensordecidos. Este año en que me siento dilapidada, adulterada, expirada, fusilada. De este año que pudiéndolo tener todo, se ha quedado en un tétrico nada.

María Eugenia Hernández Grande

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